Mi experiencia es muy corta en el tiempo, así que igual estoy equivocado con mis métodos y el paso de los años castiga sin posibilidad de recuperación a mis negativos. Es lo que tiene ser un tierno yogurín.
Empecé en 35mm guardando en hojas de pergamina libres de ácido, ordenadas dentro de una carpeta. Luego cambié a otras fundas de glasina —el nombre probablemente no es correcto en castellano— porque en formato medio y gran formato no encontraba pergamina, siempre todas ordenadas y clasificadas en carpeta de anillas.
Con el paso del tiempo y el abandono del 35mm, pasé a bolsas de plástico —siempre y fundamental: material libre de ácido— que almacené en una caja de cartón de apropiada dimensión. La elección del cartón fue porque pensé que ayudaría a absorber la humedad del entorno de las placas.
Pero un día Sergio me regaló una Retinette que perteneció a su padre, con lo que empecé a tirar ocasionalmente otra vez 35mm. Como las hojas archivadoras se me habían terminado, decidí guardar el material procesado dentro de los propios botes de plástico en los que vienen los carretes y que se venden por docenas en internet. Con este método juntas mucha película en poco espacio —caben dos o tres carretes por cajita— aunque localizar algo sí puede ser un auténtico dolor de cabeza.
De todo un poco, ya ves, y no puedo extraer conclusiones definitivas que compartir porque apenas hace diez o doce años de mi principio.
Lo que sí opino son dos cosas: primera, el que una película se retuerza y se enrosque sobre sí misma puede depender más de la base sobre la que descansa la emulsión de esa película que del tiempo que lleva fabricada y olvidada. Y segunda, es posible que la conservación no sea tan crítica y que un buen mantenimiento, limpio y cuidado, sea suficiente para que nuestros recuerdos nos sobrepasen y vayan más allá que nuestros propios cuerpos.