Diego González Ragel es el protagonista de esta entrada, un fotógrafo de la primera mitad del siglo veinte, una personalidad fascinante, que conoció de cerca la bohemia madrileña, que disfrutó la exuberancia de los años veinte, que asistió a cacerías con Alfonso XIII, que fue amigo íntimo de la familia Sorolla, que sirvió voluntariamente en el bando republicano, que se encargó de fotografiar el traslado del oro de Moscú, y que soportó, como muchos compatriotas, una posguerra de privaciones y tristeza que dejó marca profunda en sus últimas fotografías.
Fue un hombre que vivió en plenitud su tiempo, que lo comprendió y lo fotografió con lucidez y buen gusto. Sin embargo, lo más atrayente de su temperamento fue quizás el desinterés absoluto por alcanzar la fama, y mucho menos por ganarse la posteridad.
Realizó el que se consideró mejor retrato de Sorolla, una foto que fue ampliamente reproducida y divulgada en la época. El ABC la publicó sin mencionarle, aunque parece ser que este hecho apenas le preocupó, y ni se molestó en reclamar un reconocimiento por ello. Alternó con la alta sociedad, también con artistas, pero nunca se consideró a sí mismo como tal. A pesar de ello, fue un fotógrafo depurado y virtuoso en su técnica, a la altura de los mejores.
Escenarios en los que Ragel destacó fueron las cacerías y monterías. Fotografió al rey Alfonso XIII junto con aristócratas, financieros o industriales de la alta sociedad de la época. A mi entender, su talento artístico alumbró gracias a que no se impresionó por los personajes ilustres y acertó a dirigir su mirada, a continuación la cámara, hacia chóferes, podenqueros, guarderos o cazadores furtivos, éstos últimos conocidos como “escopetas negras”.
Los Montes de Toledo fueron escenario de fotografías memorables, imágenes disparadas sobre placas, o en negativos de gran tamaño. Resulta difícil discernir con qué equipo fotográfico fueron realizados, pues no llegaron a conservarse, ni el propio Ragel mantuvo un archivo organizado y documentado. Sin embargo, a ningún amante de las cámaras clásicas se le escapa la destreza que sus fotografías exigieron.
Después de leer el libro de Ragel, Madrid Interrumpido, volví a hojear libros de Dorothea Lange y Walker Evans que guardo en casa, revisando las fotos de campesinos y obreros que ambos realizaron durante la Gran Depresión, y que tanto prestigio les otrogaron. Y así llegué a la conclusión de que los retratos de Ragel no desmerecen en carácter y maestría.
¿Qué podría envidiar al oeste americano esta escena, “Planeando la batalla”, de finales de los años veinte?
¿Y esta otra del marqués de Orellana con una cuadrilla en la finca El Cerezo?
¿O este retrato de Picorroto, célebre escopeta negra de los montes de Toledo?
Otros escenarios en los que demostró su técnica fueron los hipódromos y las exhibiciones ecuestres. Realizó fotografías que, posteriormente a su publicación en España, fueron compradas por revistas extranjeras especializadas, y no resulta difícil entender por qué.
Pensar que estas fotografías fueron, casi con total certeza, realizadas con cámaras de fuelle, y sobre placas de gran formato, deja atónito a cualquiera, y da un poco que pensar. Los avances técnicos de la industria en las últimas décadas, recubrimientos multicapa, películas de grano tabular, fotometría, estabilización de imagen, etc, etc... ¿realmente han significado tanto?
Los veinte euros que cuesta Madrid Interrumpido, el libro que resume su obra, apenas hacen justicia a la calidad e interés que atesora. Recomiendo su lectura no solamente por las fotos, sino también por el deleite de conocer su vida y peripecias antes, durante y después de la Guerra Civil.
La categoría de Diego González Ragel resulta evidente. Castro Prieto se implicó personalmente en la recuperación de su archivo. A punto estuvieron de tragárselo la postguerra y el olvido, pero afortunadamente sus descendientes, Carlos González Ximénez (nieto) y María Santoyo (biznieta), se lanzaron a rescatar los originales, divulgarlos nuevamente, y preservarlos en las mejores condiciones posibles. Entre otras cosas, crearon un perfil en flickr, y otro en facebook, en tributo a su memoria:
http://www.flickr.com/photos/archivoragel/ https://www.facebook.com/ArchivosRagelQuisiera terminar con la fotografía de Alfonso XIII despidiendo a Miguel Primo de Rivera en la estación de Atocha, cuando el general partía hacia Barcelona, camino del exilio. A pesar de la trascendencia del momento, Ragel tuvo la “genialidad” de relegar a los personajes a un plano secundario, y otorgar todo el protagonismo al coche del monarca, un Packard Eight de 1.928. ¿Es una manera sutil de hablarnos de la fascinación, el culto totémico que el automóvil provocó en la sociedad de aquel tiempo?