Este fin de semana he tenido tiempo suficiente para montar la pantalla de proyección y el proyector de diapositivas y empezar a abrir las múltiples cajas amarillas que andan por casa; allí estaban amontonados muchos años de fotografía en forma de pequeños marcos blancos, con fechas y con el tipo de carrete: kodachrome 25 y 64, ektachrome 100 y 400, velvias, agfachrome y polaroid.... cada nombre trae recuerdos. Empezar el rito de revisar y montar carros para empezar la proyección trae sonrisas y complicidad con mi hijo; todo fuera de esa pantalla de ordenador que me va a destrozar la vista. Fué apagar la luz, encender el proyector... y voilá... allí estaba el color de Ordesa, de Somiedo, de Marruecos, del Sahara, de Goma, de Bosnia... el ocre del otoño, el azul invernal. Cada foto llevaba una comunicación, una anécdota, una historia, unas risas con mi pareja. Aparecían nitidísimas las filigranas en la pared de las escuelas coránicas de Fez, o la herida feroz y brutal de un civil bosnio por culpa de la metralla.
De verdad, no somos conscientes hasta que volvemos atrás de lo que hemos perdido arrinconando un sistema de captura de la luz, de fotografía tan comunitario, tan agradecido como las diapositivas. Durante años en Vigo hacíamos pases de daipositivas un fin de semana viendo el trabajo de cada uno, comentando como mejorar la foto la próxima vez que estuviesemos ahí, en ese lugar.
No se trata de una reflexión de un abuelete; se trata sencillamente de un sentimiento de orfandad; esta misma mañana he vuelto a comprar carretes de diapositivas, un proyector de segunda mano (un porst perfecto en estado por 18 euros) y he cargado la yashica telemétrica, la minolta y la fx3. He decidido arrinconar un poco lo digital; estoy cansado de raws, de lightroom/photoshop y demás. El siguiente paso será comprarme de nuevo un sistema de revelado hasta que la fotografía química pete.
La verdad es que he estado engañado un tiempo y de nuevo "he visto la luz".
Un saludo